testimonios

 

Mi nombre es Hader, tengo 15 años y he vivido en carne propia las consecuencias del alcoholismo, ya que mi hermano es un alcohólico y no solo eso, si no que el alcohol lo ha llevado a las drogas y de esta forma esta acabando con su vida, ya que solo tiene 17 años.

Lo conocí hace poco, ya que sólo somos hermanos por parte de padre y yo no los conocía porque siempre pensé que yo era hijo único, y ¡vaya que sorpresa!.

Lo conocí en Octubre del 2.002 y desde entonces casi todas las semanas la pasamos juntos, ya que vivimos muy lejos el uno del otro.

Pienso que su comportamiento se debe a que su padre, o sea mi padre, nunca le ha prestado atención y el cariño que necesita toda persona para su desarrollo y valoración como ser humano.

En fin, el asunto es que el alcohol y las drogas están acabando con su corta vida de manera desastrosa y de paso con la vida de quienes lo rodean, por sus familiares especialmente. Yo sufro cada vez que lo veo drogado o borracho.
 

                      Testimonio

Norma Butcher Skármeta, 54 años, tiene tres hijos y un nieto. Estudió cinco años de sicología. Pertenece al signo Sagitario y le gusta el color verde, comer guisos, los trabajos manuales y la decoración. Es dueña de la Corporación Terapéutica Internacional Procambio (Curacaví). Su mayor frustración derivó de la adicción que padeció su hijo Alejandro. Sueña con instalar un Centro Abierto de acogida para adictos enfermos de Sida y adictas adolescentes con embarazo precoz.
 

Viví lo que le sucede a muchas mamás, esa tendencia innata a confiar. Si una no confía en sus hijos, ¿en quién puede confiar? en el momento que se piensa que la libertad de los hijos es importante para su desarrollo, simplemente les damos oportunidades. A veces, las mamás somos poco objetivas, no sabemos que los hijos tienen problemas y somos ciegas por el lazo afectivo. El mundo exterior -fuera de la casa, de las amistades conocidas y del entorno familiar- es muy frío, indiferente. Si un muchacho empieza a incursionar en la droga nadie va a pensar que se puede dañar, modificar su realidad y dañar a su familia. El joven sabe que eso es indebido, que está haciendo algo escondido, sin embargo uno no lo alcanza a identificar.

Se ven cambios, sin embargo como son jóvenes, como madre lo atribuyes a cosas de la edad, que es flojito por la adolescencia, que come más por el crecimiento, que no está siendo ordenado puesto que se identifica con ídolos desordenados, etc. El muchacho es social, conoce a tanta gente, por aquí y por allá. Uno peca de ingenuidad, hasta que comienzan a emerger los llamados condoritos, la farra, el mal rendimiento en el colegio, las mentiritas en el momento que comenta que va a un lado y no va. Todo es ambiguo.

Empiezas a darte cuenta de que tu hijo está cambiando mucho, que ya no es el mismo, que la comunicación espontánea, de persona a persona, comienza a dañarse. Hay como un velo entre medio que no deja que eso sea expedito, cercano, tibio.

En el caso nuestro, llegó un momento en que Alejandro empezó con el trago, la marihuana, una especie de espiral sin fin. En el momento que nosotros nos dimos cuenta fue como un chancacazo. Un día encontramos en el escritorio del papá una carta en la que nos decía que se iba por dos o tres días con una niña fuera de la ciudad. Era algo que nunca había hecho, y menos en esa forma, y que podía haberlo comunicado personalmente. Nos dimos cuenta de que algo no funcionaba, que algo no encajaba. Era inaudito que nos hiciera eso e inmediatamente me puse en movimiento. Llamé a fulanito y menganito. Descubrí que todos lo tapaban, lo encubrían, sin embargo un amigo fue más blando, me vio desesperada y yo fui incluso amenazante con él. Me dio un teléfono. Llamé y casualmente contestó mi hijo Alejandro en muy mal estado. Le dije que se viniera inmediatamente a la casa.

Llegó en condiciones deplorables, muy mal, e inmediatamente hice lo que los padres estiman correcto. Con mi marido consultamos a un siquiatra, quien nos dijo que había un conflicto de comunicación. Nunca habíamos tenido problemas de comunicación, porque, como familia, somos espontáneos, muy de compartir. Yo le dije: ¡Doctor, ese no es el problema: el conflicto es la droga. Mi hijo ha cambiado por la droga! Con todo el dolor de mi alma, le dije también: “Es posible que mi hijo haya hecho una adicción con la droga”.

Apenas salimos de la oficina del siquiatra llamó a un reeducado, un ex adicto, quien a los cinco minutos estaba en la casa. Habló a solas con Alejandro y bastaron 20 minutos para que mi hijo decidiera someterse a tratamiento. Estuvo dos años en rehabilitación y ha cumplido ya tres años y medio limpio, sin consumir drogas.

Me entregué absolutamente a él, al saber que mi hijo tenía problemas de poli-abuso: marihuana, alcohol, pepas, etc. Durante el tratamiento observé un cambio tajante, claro, enternecedor. Alejandro empezó a crecer como persona, a tener talento y estabilidad. Maduró emocionalmente.

Por mi parte, viví un proceso personal muy interesante. Comencé a revelar un mundo desconocido. Empecé a preocuparme del problema, a saber más, a no quedarme solamente con lo que sentía. Fui más allá y me involucré mucho en la comunidad.

Fueron dos años de un proceso personal muy lindo. Me fui transformando poco a poco en una terapeuta. Venían mamás nuevas y yo las acogía, las ayudaba a realizar este doloroso camino. Me puse la camiseta y adquirí un compromiso muy grande: rehabilitar. Así, instalé este centro, Procambio. Sigo creciendo, sigo trabajando con los padres que llegan angustiados, frustrados, desesperados. Puesto que no saben cómo manejar esto y no soportan lo que sienten internamente. En ese coloquio de padre a padre, yo les trato de dar paz. Trato de abrirles una puerta y darles un poquito de optimismo dentro de todo ese desastre que sienten. Les muestro que yo pasé por eso y que tengo a mi hijo sano. Alejandro trabaja en este momento conmigo y ha llegado a convertirse en modelo para los hijos de muchos padres. He fundado otras comunidades pequeñas, he asesorado clínicas, hasta que hicimos realidad esta comunidad, muy grande, muy digna, muy integral.