consecuencias

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Las consecuencias de la drogadicción son nume­rosas e inciden tanto en el plano individual como en el familiar y el social.

La drogadicción acarrea al individuo graves da­ños físicos y psíquicos. A los derivados del abuso de las sustancias tóxicas, hay que añadir los que provienen del consumo en condiciones poco seguras. Por ejemplo, en el caso de la heroína, su consumo lleva aparejados proble­mas de contagio de graves enfermedades, como el SIDA o la hepatitis B.

Por lo general, el proceso de drogadicción con­duce a la paralización de la maduración mental del individuo. Toda su energía se canaliza a la obten­ción de la sustancia de la que es dependiente. Cual­quier otro interés pasa a un plano secundario.

 

El drogadicto pierde lo mejor de sí mismo: el autocontrol y la fuerza de voluntad. Se vuelve apá­tico, desinteresado, ansioso. Pierde el estímulo por los logros personales y profesionales. Se aisla, des­precia los vínculos familiares y amistosos, y se en­cierra en círculos, por lo general marginales, donde le resulta fácil conseguir la droga. Se vuelve esclavo de la sustancia hasta destruirse a sí mismo.

 

Las repercusiones en el ámbito familiar también son importantes. La familia de un adicto casi siem­pre se ve desbordada en su intento de hacer frente al problema, sobre todo cuando, junto a la toxico­manía, se producen conductas de carácter delictivo. El abanico de actitudes que se da entre los progenitores ante la existencia de un hijo toxicómano es muy amplio -desde el ocultamiento y la incompren­sión al intento de encontrar soluciones con el apo­yo de profesionales-, pero en cualquier caso el pro­blema siempre plantea graves tensiones e importan­tes cargas económicas, en ocasiones insostenibles.

 

En el ámbito social, las consecuencias más graves del consumo de drogas probablemente sean la marginación y la delincuencia. Por un lado, la distribu­ción de las drogas ilegales está controlada por orga­nizaciones criminales, con las secuelas de corrup­ción y violencia que ello lleva aparejado, y por otro lado, el consumidor suele recurrir a conductas de­lictivas para poder adquirirlas.

 

De tal fenómeno derivan los sangrientos episo­dios de terrorismo relacionados con el narcotráfico y los ajustes de cuentas entre bandas de los que con frecuencia nos llega noticia a través de la prensa y la televisión. Análogamente, es consecuencia de la drogadicción la psicosis, generalizada en ciertos sec­tores sociales, de inseguridad en las calles, motiva­da ciertamente por la identificación del concepto de drogodependiente con el de delincuente potencial.

 
 
 

También son notables las repercusiones sociales y económicas que tiene todo lo relacionado con la drogadicción en el terreno laboral, donde provoca altos niveles de ausentismo. Por último, cabe citar los extraordinarios costes sanitarios que se derivan de las toxicomanías y de las enfermedades relacionadas con ellas, así como el de los accidentes causados por drogadictos y el de los programas de prevención y tratamiento.

 

Medidas preventivas

 

Para encarar de una forma global el problema de la drogadicción, hay que abordarlo desde tres aspec­tos: el sanitario, el social y el legal.

 

Desde el punto de vista de la salud, es necesaria una información veraz -que debe empezar en el seno de la familia- sobre estas sustancias y los pe­ligros de su consumo. Desde el punto de vista so­cial, la lucha debe centrarse en combatir las condi­ciones de marginación y pobreza que propician la caída en la droga. Por último, el aspecto preventivo legal implica elaborar las disposiciones pertinentes para reprimir y castigar las actitudes delictivas en el campo de la droga.

 
 

Por último, en la vida cotidiana familiar la mejor forma de prevenir la drogadicción es la atención a los hijos, el cariño y la comunicación fluida. Los pa­dres deben estar siempre atentos a las necesidades de sus hijos, a los posibles cambios de conducta que puedan constituir una señal de alarma y al carácter de sus círculos de amistades.

 

A este respecto cabe señalar que, históricamente, han existido dos posturas contrapuestas a la hora de encarar el problema de la drogadicción: la permisi­va y la prohibicionista. En nuestros días, las opinio­nes sobre el tema están divididas y no es fácil en­contrar una solución plenamente satisfaccion